lunes, 3 de febrero de 2020

Lengua muerta.

Tengo frío -se quejó ante el primo de su compañero fallecido-
Permiso señora -la hizo a un lado. Mostrando su abierta incomodidad por la presencia de aquélla anciana mujer que sólo quería un líquido caliente-.
¡Joven! ¡Joven! -llamaba a un muchacho que pasaba por su lado, este la miraba sonriente, como si se tratara de una una esas bromas que se acostumbran en los velorios-.
¡Señora! tome asiento por favor -le llamó atención sumamente fastidiado el primo del finado-
Tomás y yo salíamos a sembrar cada mañana tempranito y cuando regresábamos yo preparaba mate de linaza caliente -le contaba entristecida-.
¡Señora siéntese! -acabó por gritarle sin prestar atención a lo que le contaba- los pocos que habían venido de la ciudad acompañando al primo del velado la miraban con extrañeza y malsana jocosidad.

La desconsolada mujer tiritando de frío se acercó por última vez al féretro para despedirse de su Tomás y calladita se retiró, total con su Tomás muerto ya nadie le hablaba.
¿Quién era esa vieja? -le preguntaron al primo del velado- mientras la veían alejarse cruzando la chacra que ella y Tomás trabajaron desde siempre sembrando y recogiendo los frutos de la cosecha- chacra que ahora pertenece al primo del finadito Tomás por ser el único pariente que le sobrevivía. Pues Tomás y su compañera de toda la vida nunca se casaron.
No sé, en el pueblo me contaron que ella y mi primo eran los últimos descendientes directos de la última de las tribus ancestrales que vivieron en esta zona y que incluso ya nadie en el pueblo conocía el dialecto que hablaban. Sonrientes comenzaron a servir cañazo para celebrar su chacra heredada.
Al llegar a una choza que tenía río abajo de la chacra, la anciana llena de dolor y amargura, agarró el cuchillo grande -ese con el que de un ¡Zas! destripaba un cabrito mientras Tomás prepara el fuego con leña para cocinarlo- sacó a flote toda su corajuda y ancestral estirpe -sin proferir grito alguno de dolor- de un ¡Zas! se cercenó la lengua cayendo al piso. Mientras se desangraba, apretaba con las manos la lengua muerta.
Una lengua que nunca más se volverá a oír ni hablar.

Fin.

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