martes, 10 de septiembre de 2019

¿Iguales?

La prepotencia, el abuso, el racismo, el prejuicio, la homofobia, la xenofobia, el machismo se nutren de las fragmentaciones sociales. Son perversiones históricas generadas por corrientes supremacistas que hoy persisten como lastres y taras sociales que encuentran espacios en grupos de ultra derecha fascistas para entronizarse.

No podemos normalizarlas menos aún, desentendernos, con cobardes y cómplices excusas de que hay asuntos más importantes.

No encuentro mayor importancia en nuestra existencia que la primigenia y excelsa razón como una sociedad que pretenda y busque ser considerada civilizada que proteger y defender el derecho de todas las personas que formamos parte de ella a ser considerados y tratados con igualdad.

Que en la práctica lastimosamente no sea así, no es motivo ni causa, para permitir que se expanda como una peste sin cura. Donde todos con sus puertas y bocas cerradas la ven pasar arrinconando, maltratando y excluyendo personas como tú o como yo, por el sólo hecho de tener diferentes maneras de vivir, de concebir sus afectos, de tener proyectos de vida distintos de los de uno pero tan válidos como los de cualquier persona.

¿Cuál es el derecho que les asiste a los que se atreven a señalarlos, a excluirlos, y a estigmatizarlos? ¿¡Cuál!?.

No les asiste ningún derecho. Sólo la grotesca e inmensa estupidez que a tomado la batuta en un puñado de guarda muertos mentales que fomentan odio y todas las taras y lastres dieciochescas ya mencionadas con raigambre en fundamentalismos y dogmas religiosos ya rancios y putrefactos.
Sí, todavía pululan, y hay que combatirlos pero no en sus páramos y prejuicios intelectuales -ya no razonan- sino creando

espacios de difusión y docencia. Se trata de derechos civiles y universales conculcados y negados por mitos y narrativas cargadas de odio traslapado en ritos de sectarios ultra conservadores.

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