domingo, 1 de septiembre de 2019

El inherente derecho de irse.

Nadie pide nacer pero se nace, nadie pide sufrir pero se sufre.

Entonces, cuando una persona desea morir, ¿por qué no la dejan morir? ¿por qué la señalan? ¿por qué no tomarlo con la misma naturalidad e indiferencia como cuando los traen a este mundo sin que lo pidan y sin preguntárles si podrán soportar vivir en él?

Interferir en el suicido de una persona es condenarla al escarnio y al morbo público de una sociedad moralmente hipócrita que aplaude y saluda que se trunque el deseo de ya no querer más estar en este mundo, sin embargo, esa misma sociedad no se escandaliza, no se indigna, no dice nada, y convive y observa impávida la matanza feroz y el exterminio de pueblos enteros por intereses económicos o por odios y racismo.

Evitar el suicidio de una persona -a mi entender- es la negación a aceptarnos como seres fallidos y débiles. Es no querer reconocer que el humano como proyecto supremo fracasó y que la fragilidad para afrontar los embates de esta miserable y tortuosa existencia nos rebasa.

Es decir que, en la sociedad, ver cómo una persona que acepta su fragilidad y busca acabar con su sufrimiento es encontrarse abruptamente con su propio -negado y oculto- desmoronamiento interior y les aterra. Al suicida por esa razón se le condena a terapias agónicas e infructuosas peor aún, se le condena a que lo vuelva a intentar una y otra vez. ¿Por qué no respetamos y aceptamos su inherente derecho a irse de este mundo si ya no puede ni quiere continuar más en él?

Debo resaltar la risible y estúpida ambivalencia que la sociedad le dá al suicidio, desencadenando inanes discusiones acerca de si es un acto de cobardía o de valentía. Es patéticamente irónico si nos ponemos a analizar que proviene de una sociedad que al través de su historia a normalizado y normado patologías como los genocidios en nombre de la paz, los robos sistemáticos y la explotación de los grandes grupos de poder en contra de las masas empobrecidas -la mayoría de habitantes de este mundo- legalizados en nombre de la oferta y la demanda.

El suicidio no es una cobardía ni una valentía. Es el inherente derecho de irse que tiene toda persona cuando ya no pueda ni quiera seguir en este convulsionado y salvaje mundo.       

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