viernes, 18 de septiembre de 2015

Cuando llega, llega.

Todos rodeaban la cama desconsolados e impotentes, al no poder hacer nada, por sanarla por sacarla de la agonía que de a pocos la consumía.
Los prominentes médicos de diferentes especialidades a los que recurrieron luego de exhaustivos exámenes que la alta tecnología médica y el dinero podían brindar, no lograban dar con su enfermedad sólo concordaban en declararla clínicamente desahuciada.

¡No, dios mio, no! ¡tú que todo lo puedes, salva a mi hija!

Rogaba a gritos con su rosario en la mano la madre de la moribunda. Una mujer fervorosamente religiosa, lo que la llevaba a contratar misas de sanación para su hija en todas las iglesias y capillas que existían en su distrito. Fue así como las malas nuevas se esparcieron rápidamente por la zona, llegando a oídos de una joven que repartía periódicos por esa ruta, quien conmovida por la tragedia, decidió buscar a la familia.

Señora, yo hago lo que usted quiere.

Le dijo a la madre de la agonizante muchacha apenas abrió la puerta para ver quien tocaba. La dolida mujer la reconoció al instante al ver los periódicos que cargaba.

¿Cómo dices? por favor, discúlpame que estoy ocupada.

Le contestó cortante escondiendo tras la puerta que cerraba marcadas ojeras producidas por las noches enteras que se la pasaba sin dormir viendo como su hija se moría, la joven detuvo la puerta, mirando a la sufrida mujer directamente a los ojos traspasando sus marcadas ojeras sustrayéndola de todo lo exterior.
Una vez adentro le narró con su rostro inexpresivo que ella provenía de una casta de curanderos asegurándole que ella podía sanar a su hija, pero que sólo lo podía hacer en su pueblo.
Atónita con lo que contó y aseguró, se le abalanzó para abofetearla.

¡Tú lo que quieres es sacarnos dinero! ¡maldita! ¿por qué nos haces esto?

Le increpó echándose a llorar al darse cuenta que la estaba hiriendo con sus golpes.
Yo sé hacer lo que usted quiere porque me enseñaron, para que yo después también enseñe a mis hijos, pero por plata no, ofendería a mis ancestros y a mis padres.
Respondió siempre con el rostro imperturbable e inexpresivo aún con los golpes recibidos.
Voy a regresar en la noche para que diga si quiere mi ayuda o no.

Apenas se marchó la joven, la mujer levantó el teléfono para llamar a su esposo y a su hijo, pidiéndoles que vengan de inmediato.

Pero, Estela, ¿cómo le vas a hacer caso a esa periodiquera? quizá esté loca, si vuelve voy a llamar a la policía.

¡Mamá por favor! acepta la realidad, Pilar se está muriendo.

¡Cállense! ¡cállense! ¡qué lo mismo haría por ustedes dos! yo la he visto a los ojos, ella va a curar a Pilar. Y si alguno de los dos se opone aquí mismo muere para mi, junto a mi hija.

Sentenció, yéndose a preparar a la moribunda para su periplo de sanación.
Cerca de las diez de la noche llamaron a la puerta.

Pasa, pasa.

Le abrió la puerta, ansiosa al ver a la joven que inexpresiva como siempre miró a cada uno y sin esperar la respuesta subió al dormitorio como si conociera de siempre la casa en busca de Pilar al bajar se detuvo un instante con la enferma en sus brazos como ofreciéndoles una última oportunidad de desistir, nadie dijo nada, saliendo con su querida y agonizante Pilar, detrás de ellas, la esperanzada madre cerraba la puerta dejando a su esposo y a su hijo con la incertidumbre de no saber si la volverán a ver con vida.
Meses después, recibieron la primera llamada de Estela, les contaba con jubilo que Pilar ya comenzaba a reaccionar, dándoles un halo de esperanza e ilusión de que todo pudiera terminar bien, solicitando dinero para su manutención.
Con el tiempo las llamadas se hicieron menos frecuentes y los envíos de dinero más seguidos, hasta que una mañana cuando los dos hombres salían apurados al trabajo, se encontraron probablemente con la sorpresa más grata que hayan recibido en sus vidas. Ahí estaban subiendo las dos gradas de la entrada, Pilar y su madre los cuatro se enlazaron en un interminable abrazo, la familia volvía a estar completa.

¡Gracias al señor que nos trajo a la joven Aysha!

Repetía una y otra vez, Estela, al ver a su familia unida y completa de nuevo.

¿Y dónde esta la joven Aysha?

Le preguntaron ambos para agradecerle y abrazarla.

Se despidió en el puerto aéreo, seguro que mañana la veremos repartiendo sus periódicos ahí podrán agradecerle o mejor hagamos una gran fiesta en honor de la salud recuperada de nuestra hija y en el de nuestra salvadora Aysha enviada por nuestro señor Jesucristo.
Mandaron hacer misas de agradecimiento, mientras contentos y entusiasmados acordaron hacer la recepción el sábado viniente abocándose emocionados a esta feliz tarea, pero no fue hasta el mismo día de la fiesta en que Estela volvió a ver a Aysha mientras adornaba el jardín para la fiesta.

¡Aysha! ¡Aysha!

La curandera se acercó con su habitual rostro inexpresivo.

Aysha, hija, ¿dónde has estado? te estuvimos esperando toda la semana.

Le dijo, invitándola a pasar.

¿Para qué señora?

Preguntó, sin inmutarse ante el efusivo abrazo con la que la invitaba a pasar.

Hoy vamos a dar una fiesta en tu honor por haber salvado la vida de nuestra hija, labor que nuestro señor te encomendó.

Señora, yo no conozco a ese señor de quien usted habla, yo sólo hice lo que usted quería y lo que me enseñaron a hacer, pero cuando la muerte llega no se va, yo sólo sé sanar, botar a la muerte, eso no sé.

Le contestó impávida con su peculiar inexpresividad facial, saliendo sin despedirse para seguir con el reparto de sus diarios. Mientras Estela sentía cómo se le helaba la sangre levantando la mirada al dormitorio de su hija luego de lo que Aysha le dijo.

Al día siguiente, los diarios que Aysha repartía consignaban la confusa muerte de una muchacha durante una fiesta ofrecida en su domicilio, la policía no descartaba que alguien la haya empujado por las escaleras, se leía en ellos.  




              

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