domingo, 20 de octubre de 2019

La muerte no siempre es el final.

Eran las cinco de la mañana y a cada paso que daba el cielo aclaraba más cargando toda su fuerza sobre la fría y cansada espalda de Corali que por su mente aturdida por la trajinante noche, sólo pasaba la idea de llegar pronto a su cama. A pocos metros del edificio vio a Petra parada en la entrada. Petra, aunque entrada en años, era una mujer corpulenta de mirada dura y calculadora con quien Corali siempre tenía fuertes y ásperas discusiones, algunos moradores del edificio pensaban que había trabajado como guardia en una prisión y otros tantos que lo había hecho en un manicomio como guardia en el pabellón de locos agresivos.

Antes de que la viera Corali volteó en la esquina para bordear el edificio y entrar por la ventana de su dormitorio que colindaba con ese jirón, cualquier molestia bien lo valía con tal de evitar a tan desagradable mujer.

Horas más tarde, cuando la luz del día ya se despedía el timbre empezó a sonar. Fastidiada y somnolienta asomó la cabeza entre las sábanas preguntándose quién podría ser. Botó las sábanas prendió un cigarrillo y se dirigió a la puerta dispuesta a echar a quien quiera que sea.
Apenas abrió la puerta la empujó para cerrarla al ver de quien se trataba pero Petra interpuso el pie impidiendo que pueda lograrlo.

Una noche ambas coincidieron a la misma hora y en el mismo lugar. Por aquéllos días Corali frecuentaba La Huerta Perdida un asentamiento humano que aparecía cruzando el puente que lo separaba de la zona céntrica de la ciudad. Petra dormía en sus callejones cuando vio a un grupo de jóvenes salir corriendo ebrios de una camioneta último modelo que intempestivamente se detuvo en frente de su ocasional cama de cartones húmedos por la lluvia.
Corrían dispersos por todos lados, sólo una corría con dirección al puente, Petra la siguió hasta corroborar cuál era su domicilio intuyendo que algo bueno le sacaría a lo que había pasado, de regreso, ya los facinerosos de la zona desmantelaban la camioneta. El conductor yacía sin vida a un lado del terral. Petra regocijó para sus adentros.

Petra arremetió toda su fuerza contra la puerta haciendo retroceder a Corali.

¡Vieja maldita! ¡no pienso darte ni un centavo más de lo que acordamos! Regresó a su dormitorio para encender otro cigarrillo y agarrar un pequeño pomo. Mientras Petra se acomodaba sonriente en el sofá.

El costo de vida a subido, lo que me das ya no es suficiente.

Corali se sentó a su lado y le mostró el pequeño pomo.

¿Sabes lo que es?

Petra dejó de sonreír observando fijamente el pomo, Corali fumaba su cigarrillo esperando su respuesta.

¿Qué vas a hacer, envenenarme?

¡Ah! Sí sabes lo que es. Volteó para mirarla a los ojos. No, a ti no, a mí sí. ¿Qué pasará con la vieja Petra si yo muero? ¿Cómo pagará sus cuentas? ¿Dónde vivirá? ¿Cómo conseguirá comida? le susurraba amenazante al oído.

Bien entrada la noche, Corali salía como siempre para calmar la libido de sus clientes segura de que al regresar ya no encontraría a Petra esperándola en la entrada del edificio ni que vuelva a irrumpir en su puerta.

Fin.

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